Sobre mí
No te voy a dar mi currículum, ni mi número de colegiado, ni darte la lista de los concursos que he ganado ni de los cientos de proyectos redactados, eso google te lo ofrece con introducir mi nombre.
Será porque ya voy teniendo una edad sé que lo importante, lo que me hace el arquitecto que soy, no son los másteres y títulos que acumulé, ni los premios que conseguí sino lo que en estos años he vivido, disfrutado y también sufrido.
Te cuento.
Cada vez estoy más convencido que todo empezó una noche de los años 80. Tendría 10 años, me desvelé y pasé por el dormitorio de al lado. Allí estaba mi tío Justo inclinado sobre una gran mesa de dibujo iluminada por un flexo de los de antes.
Estudiaba arquitectura y vivía con nosotros en Sevilla. Me alucinó esa atmósfera de calma de silencio y esas líneas trazadas a mano alzada sobre ese plano enorme con ese portaminas de color sepia, recuerdo que dibujaba el pavimento de una plaza.
Ese momento se quedó en el subconsciente y cuando acabé COU supe que mi única opción era matricularme en arquitectura.
Así que en el 96 comenzó mi andadura como aprendiz de arquitecto. Siete años de carrera (y lo hice año por curso) de la que extraje dos cosas:
La primera es que me quedé enganchado a proyectar. Diseñar lugares se convirtió en mi gasolina, mi antidepresivo, mi pasión.
La otra los amigos. Ellos hicieron que esos años se pasaran en un suspiro. Amigos que muchos de ellos se han convertido en grandes arquitectos. Seguro que habéis estado en hospitales, teatros o plazas diseñados por alguna de esas fabulosas personas con las que sigo disfrutando cada vez que surge trabajar juntos.
En el 2003, ya con mi título bajo el brazo pasé un tiempo con mi tío Justo Masot(el del flexo de madrugada) para después, sabiendo que él siempre estaría ahí, marchar a trabajar con un gran Chiclanero, Gustavo Ávila.
Nunca me olvidaré de tí compañero. Contigo gané mi primer concurso, ví el que era tener criterio y pasión, trabajo y disfrute. Demasiado pronto te fuiste, gracias por todo. Seguro que ahora la Antonia te estará preparando los mejores boquerones fritos del cielo.
Corría el año 2004 y había mucho trabajo, pleno boom de la construcción, pero no estaba preparado para ese complejo mundo de las grandes promociones. Quizás gracias a eso me reclutaron en la oficina de rehabilitación del casco histórico de Cádiz.
Se necesitaban arquitectos que, por no mucho, estuvieran dispuestos a luchar en las trincheras de la rehabilitación del patrimonio gaditano. Dura e intensa escuela de construcción y de la psicología humana.
Un novato como yo enfrentándose a edificios centenarios con vigas de madera traídas de América que reforzar, grandes muros de piedra ostionera que sostener, columnas de mármol italiano que enderezar... aprendí a partes iguales sobre dar soluciones técnicas y mediar en conflictos vecinales, familiares, con la administración….
Buscando certezas, iluso de mí, me matriculé en el Master de reparación de edificio del Fidas. Allí pregunté a dos eminencias de la çsobre cómo podría ejecutar el foso de ascensor de una comunidad que,por narices, tenía que estar sobre la bóveda de un antiguo aljibe. Su respuesta fue:
“Anda que no vas a aprender tú nada en esa obra”.
Tenían razón.
Afortunadamente no estuve sólo, en aquella época comencé a trabajar con Antonio Vallejo. Un aparejador de verdad, de los de antes, de los que sabe cómo hacer que un edificio levite para poder sustituir los pilares o enderezar las columnas. Venía de rehabilitar el Monasterio de la Cartuja de Sevilla, de reparar iglesias y Castillos,… tuve suerte de que me aceptara como pupilo y amigo.
Para relajar tensiones al mismo tiempo seguí presentándome a concursos y parece que se me daba bien porque algunos los ganaba.
Pero llegó la crisis de la construcción. Justo cuando creía que me iba a comer el mundo. Otra escuela. En esa época cometí muchos errores, supongo que por eso aprendí tanto. Tres cosas principalmente:
Dejó de haber grandes obras, ni públicas ni privadas, pero sí había reformas de viviendas. Pude hacer cientos de distribuciones de viviendas durante esos años, para clientes de todo tipo, en pisos en los que no era fácil conseguir lo que me pedían y algo más.
Desarrollé una habilidad para ver los espacios y redistribuirlos mentalmente intentando dormir a los peques que ya nos iban acompañándonos a mi preciosa mujer, que me aguantó en los peores momentos, y a mí.
Lo segundo es que, a pesar de lo que algunos de los que más me querían me aconsejaban, no iba a dejar la arquitectura para estudiar una oposición.
Y finalmente la importancia del dinero. Desgraciadamente sin él no hay libertad en nuestro mundo. Sin dinero no podría dedicarme a mi pasión.
Después de los años aquí sigo, aunque con menos pelo, familia numerosa y crisis de la construcción mediante, con la misma ilusión que cuando empecé y las mismas ganas de sentarme en mi tablero con mi flexo dibujando con un portaminas. Trabajando con mi tío, con muchos de los amigos que conocí en la escuela de arquitectura y con ganas de seguir enfrentándome a lo que esté por llegar.
Por supuesto hay mucho más, pero
cuando nos vayamos conociendo, te iré contando muchas historias que este oficio proporciona y que me han llevado a ser capaz de ayudarte en lo que espero me pidas.